marzo 13, 2009

Friday (red)


[...]
Los tipos que te intentan joder seriamente la vida contituyen un 10% de la población mundial, punto más o punto menos. Ese porcentaje engloba al dictador sanguinario que ya de niño electrocutaba ranas y ratones, al heroinómano que te asalta en el Callejón de las Incertidumbres, sosteniendo con hechuras de aprendiz de esgrima una jeringuilla infectada de virus sujetos a mutaciones; al vecino que necesita relajarse espiritualmente a las tres de la madrugada oyendo a toda mecha a algún divo de la música country, al niño que te señala con dedo acusatorio cuando fumas, furtivo, en un vagón de no fumadores y que de mayor se hará confidente de la pasma a cambio de un café o de un poco de heroína. Ese 10% engloba a la antigua novia que te llama por teléfono para informarte de que con su nuevo hombre de neardental ha descubierto el verdadero amor: el lado loco y caníbal del sexo que tú no supiste revelarle. Ese porcentaje acoge al camarero que te mira con desprecio de ruso blanco cuando se te cae la copa en el restaurante de las langostas mitológicas y de los vinos visigóticos... En un 10% cabe mucha gente.

[...]

En fin, para la buena marcha del mundo (disculpen la digresión, pero es que está en juego nada menos que el mundo), las teorías de la relatividad y de la división traumática de los cromosomas, por ejemplo, resultan menos decisivas que la teoría sexual que tengamos cada uno de nosotros -nosotros, ese ejército de erotómanos individualistas que ululamos en mitad de la noche con distinto timbre y por distintas razones y estímulos-. No te quepa duda: si no dispones de una sólida teoría sexual, apenas serás un excursionista domingueros en el bosque de las tinieblas carnales, uno de esos seres que se conforman con pamplinas filosóficas y que proclaman con un tímido encogimiento de hombros cosas como: "A mí, bueno, no sé, me gustan las rubias", "El matrimonio tiene sus ventajas y sus inconvenientes" o "El amor es más importante que el sexo". (Horribles, ¿no?, como apotegmas.) El dueño de una verdadera teoría sexual es el que puede decir, sin que le tiemble la voz, que no permite que las afroditas pandémicas se quiten los zapatos de tacón en la cama así que llamen al FBI; el que puede decir que no tolera que las afroditas uranias, cuando ya han perdido su aura de hadas insaciables de la noche, se queden a desayunar y a llenarte la bañera de pelos (y el horror, sobre todo, de ver esos sinuosos seres nocturnos a la luz del día: pálidos, crudos); el que puede decir que no está dispuesto a tolerar que una afrodita lunática, por el simple hecho de tener unas glándulas mamarias del tamaño de dos zeppelines, te haga pagar más de una cena como requisito para hacerte compañía en el festín antropofágico. En eso consiste el hecho de tener una teoría sexual; en hacer un arte de tus manías y en obligar a la maniática realidad a someterse a las leyes maníacas de tu arte. -A la realidad y a quien se le ocurra andar por allí sobre dos tacones de aguja.


No es por nada especial, pero nunca conviene fiarse de la gente que no tiene teorías, sexuales o del tipo que sean, porque la gente que no es esclava de alguna teoría actúa improvisadamente en todos los órdenes de la vida. No sé: conoces a una quiromante pelirroja en una discoteca y, a los tres o cuatro días, improvisa la teoría de que quiere casarse contigo, por ejemplo -o con tu hermano, en casos de mayor complejidad-. Te presentan, no sé, al campeón mundial de equitación y se empeña en que te des una vuelta a lomos de su caballo esquizofrénico. Te enredas con una estrella del porno duro y, a poco que te descuides, acaba hablándote de su infancia atroz, de su feroz adolescencia, de la dieta de su perrilla ladradora y de su perra vida actual, siempre fingiendo el placer que no siente en su corazón de mermelada amarga.
La gente sin teorías sólidas es peligrosa, porque las teorías son nuestro único mecanismo de defensa ante las teorías demenciales de los demás. Aunque, desde luego, peor es la gente que no tiene una teoría, sino media teoría; el que te dice: "Yo no creo en la reencarnación, pero sí creo que somos polvo, que volvemos al polvo y que nos fundiremos luego con la tierra, transmitiendo a algo nuestro espíritu" (sí, ¿a un tomate atormentado y contradictorio?); el que te dice creer en el sacerdocio pero no en el celibato, o en el afecto conyugal pero no en la práctica del 69 (sí, la Paradoja Filosofal: "Soy presidente del Club para la Defensa de los Animales y gerente de una cadena de restaurantes de pollo frito al estilo de Pittsburgh"), o el que te dice: "Yo no creo en Dios, pero sí en la existencia de un Ser Superior! (sí, exactamente: "Yo no bebo agua, pero sí H2O minero-medicinal").


No hay cosa peor, en fin, que la filosofía aplicada sin fundamento sólido. De modo que si conoces a alguien que no tiene teorías, sal corriendo, o ahuyéntalo con una cruz de plata. Si conoces a alguien que sostiene medias teorías, rómpele su socrática nariz de patata de un derechazo aristotélico. Si te cruzas con alguien que rebosa teorías por la boca, reza lo que sepas para que esas teorías coincidan mínimamente con las tuyas, porque de lo contrario te pondrá la cabeza como un bombo hegeliano: bum, bum.


El novio del mundo (Felipe Benítez Reyes)


Mientras suena,Sugar Man (David Holmes)